domingo, 11 de mayo de 2008

La suerte del pobre

Siempre que leo sobre la importancia de la pequeña empresa, me acuerdo de varios de mis amigos soldadores, mecánicos, pintores, ripieros o fabricantes de bloquetas del barrio industrial. La mayoría apenas sobreviven en negocios de subsistencia, comiéndose el capital como quien corta un queso en tajadas cada vez más finas, con la esperanza que así le va a durar más tiempo. Me pregunto si vale la pena fomentar esta cesantía disfrazada que mantiene a duras penas a tantas familias en nuestra ciudad.

Ahora que está de moda la cultura del emprendimiento, yo pienso en cuantos de esos emprendedores que se cambiarían encantados a un trabajo normal, ni siquiera un buen trabajo, sino simplemente algo que les dé un salario fijo a fin de mes para ir pagando sus necesidades urgentes. La mayoría de estos pequeños emprendimientos no son otra cosa que un forma de enfrentar la cesantía, arrastrada durante demasiado tiempo, sin perspectivas de crecimiento, ni menos de acumular capital. Al contrario, lo usual es comerse el capital hasta quedar sin nada.

Se dice que la pyme es la que genera más puestos de trabajo en Chile, pero más que nada autoempleados en muy malas condiciones, sin muchos conocimientos y que van dando tumbos en una cadena de malos negocios. La pequeña empresa que crece es una mínima proporción del total, entonces surge la pregunta: ¿Se puede hacer algo para ayudarlos?. La respuesta fácil es perdonarles las deudas, prestarles más plata y relajar las exigencias legales, cosa que se ha intentado desde cuando la Corfo daba esos créditos blandos, que nadie pagaba, hasta el día de hoy que con otros nombres y algún maquillaje, se sigue aplicando la misma receta. Pero persiste el problema fundamental: que muchas microempresas son inviables, se dedican a producir pero no venden lo suficiente como para acumular capital y progresar. No es un problema de capital ni se arregla prestándoles plata porque sin venta el préstamo se les hace sal y agua.

La única verdadera ayuda es abrirles mercados y enseñarles a vender, como lo hizo la Fundación Chile con espectaculares resultados en los años 80. Las microempresas en Arica no necesitan leyes, préstamos ni perdonazos sino más venta. Si alguien fuera eficaz en abrirles mercados ya no veríamos tanto taller ruinoso marcando el paso por décadas, y por fin esas empresas recibirían una ayuda concreta. Sin embargo es increíble lo poco que se invierte en abrir mercados y ayudar a vender, esos subsidios generalmente son aprovechados por grandes empresas que ni siquiera los necesitan, mientras los pequeños, para variar, se quedan debajo de la mesa. Parece que esa es la suerte del pobre.

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