domingo, 11 de mayo de 2008

Subsidios que funcionan

Los subsidios y bonificaciones no son intrínsecamente perversos ni mucho menos, pero rara vez cumplen el objetivo para el que fueron diseñados. Así como la maldición de los recursos naturales, también se podría pensar en la maldición de los subsidios, que desarrolla a sectores no rentables bajo distintos pretextos. Una regla muy simple podría diferenciar entre un subsidio bueno y uno malo: las actividades no rentables sin subsidio no deberían incentivarse, las rentables sin subsidio convendría incentivarlas para que crezcan. La lógica de esta regla es simple y efectiva, además tiene respaldo en la historia de Arica, donde hemos visto muchas actividades cuya única ventaja comparativa era el subsidio, creando empresas no competitivas durante años, que terminaron en quiebra y cesantía.

La teoría del valor estratégico de Arica, que supone la obligación del Estado a subsidiar actividades no rentables, es anti histórica y ha hecho mucho daño a la ciudad. Basta recordar lo que pasó con los parques industriales. Lo peor es el efecto en las personas, que sueñan con una vuelta a los 60, en un mundo que dejó atrás esa posibilidad hace rato. Ya no se puede existir sin ser competitivo, como ocurría en el antiguo mundo de las economías aisladas.

En Arica, todos dicen tener la receta del desarrollo. Curiosamente, estas recetas consisten en pedir bonificaciones al Estado para su propia actividad. Así, mineros, agricultores, constructores, empresarios del turismo, comerciantes, etc., hacen fila diciendo que son el futuro económico de la ciudad, siempre y cuando el Estado los apoye. Aparte de los subsidios más obvios (bonificaciones o exención de impuestos) exigen también otros más sutiles, como las obras públicas absurdas, con indicadores de rentabilidad social que se pueden estirar hasta límites surrealistas.

No es mala idea que el Estado bonifique, siempre y cuando ayude a crecer algo que por sí solo es rentable. La idea es fortalecer nuestras ventajas comparativas y la prueba de la blancura debería ser: ¿Cómo está su competitividad? ¿Cómo andan sus ganancias? La plata de los impuestos estará mucho mejor empleada ayudando a crecer a los que ya tienen buenos resultados, en lugar de mantener a flote malos negocios o financiar sectores con problemas. Eso sería lo más lógico. En lugar de subsidios generales, vagamente definidos y discrecionales, por qué no hacer un concurso para premiar los negocios exitosos y ayudarlos a crecer. Arica tiene una larga historia de ayuda a empresas quebradas o ineficientes. Sería hora de ayudar a los que están empezando y les ha ido bien.

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