sábado, 7 de mayo de 2011

El pan y la mantequilla

Tantos problemas, todos los días aparece alguna noticia desagradable y cualquiera que no conozca Arica podría pensar que vivimos en una ciudad insoportable. Nada de eso, con todas las dificultades todavía somos uno de los mejores lugares para vivir en Chile. Y si no me creen pregunten cómo extraña a su ciudad a cualquier ariqueño que viva lejos.


Pero la basura se sigue acumulando en las calles, los trabajos de reparación se alargan eternamente y para qué hablar de las escaramuzas de la política local, que es nuestro lado más oscuro. A veces, muchos pensamos que es una situación sin remedio y nos sentimos en manos de una especie de aristocracia hereditaria, que hacen lo que quieren como en las antiguas cortes de la Edad Media.

La pregunta es si alguien común y corriente, como cualquiera de nosotros, sin acceso a las autoridades que toman decisiones, puede cooperar en algo para mejorar los problemas. Probablemente no es mucho lo que se puede hacer desde afuera, sin ser pariente ni amigo, pero al menos podemos reclamar. Tal vez a la larga los reclamos se acumulen y después de muchos años de elecciones y desilusiones las personas dejen de caer en los mismos cuentos y promesas.
Mejor no ser pesimista, quizá esas cosas algún día se arreglen, aunque parece que ese día no está muy cerca. De cualquier manera la gente común sigue su vida, los cafés se llenan y a las discos no les falta público, en horario de trabajo el centro de nuestra ciudad está repleto de gente que sólo pasea de un lado a otro, las calles no dan abasto para estacionar tantos autos y los restaurantes no cierran por falta de público, al contrario, se están abriendo varios nuevos.

Hay algo raro en esta ciudad donde todos los índices se deterioran, pero la gente sigue feliz de la vida, ni los escándalos políticos, uno tras otro durante varios años, han logrado amargarnos la existencia, probablemente somos la ciudad más resilente de Chile, nuestra resistencia para enfrentar los tiempos malos sin perder el ánimo es enorme. Cuando llegué a Arica en 1969, la ciudad vivía la fiebre del oro de las industrias, todos venían al Silicon Valley chileno armado en base a subsidios y leyes especiales. El despertar fue brutal y durante más de veinte años nuestra situación se ha ido deteriorando, pero no importa, mañana será otro día y tal vez todo cambie.
La sabiduría popular dice que no hay mal que dure cien años. Después de tantas décadas de quiebras y desaparición de empresas nos vamos haciendo más fuertes y competitivos, concentrados en nuestras reales ventajas comparativas: el comercio, turismo y los servicios que siempre le han dado el pan y la mantequilla a nuestra ciudad, incluso en los momentos más duros.

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